sábado, 16 de abril de 2011

JOSE ANTONIO MARINA


"Hay que aprender a bailar sobre los propios hombros", decía Nietzsche.
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Por ser capaz de tan extraordinaria hazaña, he comparado muchas veces la intelegencia humana con el barón de Münchhausen, el protagonista de una antigua novela alemana. Un hombre de muchos recursos, que habiéndose caído una vez en un pantano, se sacó de él a sí mismo y a su caballo tirándose hacia arriba de los pelos.
Del libro "El vuelo de la inteigencia". Ed. DEBOLSILLO.

PESSOA

Mi sentido íntimo predomina de tal manera sobre mis cinco sentidos que veo cosas en esta vida -creo- de modo diferente a otros hombres. Hay para mí -había- un tesoro de significado en una cosa tan ridícula como una llave, un pliegue en la pared, los bigotes de un gato. Hay para mí una plenitud de sugestión espiritual en una gallina con sus pollitos, atravesando la calle con aire pomposo. Hay para mí un significado más profundo del que tienen las lágrimas humanas en el aroma del sándalo, en las viejas latas, en una caja de fósforos caída en el suelo, en dos papeles sucios que, en un día de viento, ruedan y se persiguen calle abajo. Es que la poesía es espanto, admiración, como un ser caído de los cielos, al tomar plena consciencia de su estado, atónito delante de las cosas. Como alguien que conociese el alma de las cosas, y luchase para recordar ese conocimiento, recordando que no era así como las conocía, no sobre aquellas formas y aquellas condiciones, pero no se acuerda de nada más.

SÉNECA

Merecen elogio los hombres que en sí mismos hallaron el ímpetu y subieron en hombros de sí mismos.