lunes, 22 de febrero de 2010

¿QUÉ ES LA POESÍA?

La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aísla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Sublimación, compensación, condensación del inconsciente. Expresión histórica de razas, naciones, clases. Niega a la historia: en su seno se resuelven todos los conflictos objetivos y el hombre adquiere al fin conciencia de ser algo más que tránsito. Experiencia, sentimiento, emoción, intuición, pensamiento no-dirigido. Hija del azar; fruto del cálculo. Arte de hablar en una forma superior; lenguaje primitivo. Obediencia a las reglas; creación de otras. Imitación de los antiguos, copia de lo real, copia de una copia de la Idea. Locura, éxtasis, logos. Regreso a la infancia, coito, nostalgia del paraíso, del infierno, del limbo. Juego, trabajo, actividad ascética. Confesión. Experiencia innata. Visión, música, símbolo. Analogía: el poema es un caracol en donde resuena la música del mundo y metros y rimas no son sino correspondencias, ecos, de la armonía universal. Enseñanza, moral, ejemplo, revelación, danza, diálogo, monólogo. Voz del pueblo, lengua de los escogidos, palabra del solitario. Pura e impura, sagrada y maldita, popular y minoritaria, colectiva y personal, desnuda y vestida, hablada, pintada, escrita, ostenta todos los rostros pero hay quien afirma que no posee ninguno: el poema es una careta que oculta el vacío, ¡prueba hermosa de la superflua grandeza de toda obra humana!

Octavio Paz. De "El arco y la lira", en Fondo de Cultura Económica

jueves, 11 de febrero de 2010

EL REIDOR

Heinrich Böll

Cuando me preguntan la profesión, me entra timidez: me ruborizo, tartamudeo, yo, de quien todo el mundo suele decir que soy un hombre seguro de sí mismo. Envidio a la gente que puede decir: soy albañil. A los peluqueros, tenedores de libros y escritores les envidio la sencillez de sus declaraciones, porque todos esos oficios se explican por sí mismos y no exigen largas aclaraciones. En cambio yo estoy obligado a contestar a esas preguntas diciendo: soy reidor. Semejante declaración exige otras, ya que a la segunda pregunta de "Y ¿vive de eso?" tengo que contestar "sí", ateniéndome a la verdad. Vivo efectivamente de mi risa, y vivo bien, porque mi risa es -en términos comerciales- muy rentable. Soy un reidor bueno, experto, no hay otro que se ría como yo, nadie domina como yo los matices de mi arte. Para evitar explicaciones bochornosas, me califiqué durante mucho tiempo de actor; pero mis dotes mímicas y declamatorias son tan escasas que ese calificativo no me pareció responder a la verdad. Me gusta la verdad, y la verdad es que soy un reidor. No soy payaso ni actor cómico, no trato de alegrar a la gente, sino que exhibo alegría: me río como un emperador romano o como un sensible estudiante de bachillerato, la risa del siglo XVII me es tan familiar como la del siglo XIX, y si no hay más remedio, paso revista con mi risa a todos los siglos, todas las clases sociales y todas las edades. He aprendido a hacerlo sencillamente, como se aprende a poner medias suelas a los zapatos. Guardo en mi pecho la risa de América, la risa de África, riza blanca, cobriza, amarilla… y a cambio de los correspondientes honorarios, la suelto tal como me manda la dirección.
Me he hecho insustituible, me río en discos o en cinta magnetofónica, y los directores de guiones radiofónicos me tratan con mucha deferencia. Me río nostálgicamente, discretamente, histéricamente… me río como un cobrador de tranvía o como un dependiente de ultramarinos; tengo la risa mañanera, la risa de la tarde, la risa nocturna y la vespertina; en una palabra, donde y como haya que reír, yo me río.
Ni que decir tiene que este oficio es cansado, sobre todo -y ésta es mi especialidad-porque domino también la risa contagiosa; así que me he hecho imprescindible para los cómicos de tercer y cuarto orden que, con razón, temen por sus momentos culminantes, y ya me tienen a mí, casi cada noche, en los locales de varietés, como una especie sutil de claque, para reír de manera contagiosa cuando el programa decae. El trabajo tiene que estar cronometrado: mi risa bonachona o alocada no puede estallar demasiado pronto ni tampoco demasiado tarde, sino en el momento oportuno. Entonces me echo a reír a carcajadas, según estaba previsto, y todo el público alborota conmigo, con lo que queda salvado el bache.
Pero entonces yo me deslizo agotado hacia el guardarropa, me pongo el abrigo, satisfecho de haber, por fin, terminado mi jornada de trabajo. En casa suelo encontrar telegramas dirigidos a mí que dicen: "Necesitamos urgentemente su risa. Grabación martes"; y a las pocas horas me hallo ya sentado en un tren expreso con excesiva calefacción, lamentándome de mi triste suerte.
Todo el mundo comprenderá que, después del trabajo o durante las vacaciones, tengo poca tendencia a reírme: el que ordeña vacas se siente feliz cuando las pierde de vista y el albañil desea olvidar el mortero; los carpinteros suelen tener en su casa puertas que no funcionan o cajones que sólo se abren con gran dificultad; a los pasteleros les gustan los pepinillos en vinagre, a los carniceros el mazapán, y el panadero prefiere el chorizo al pan; los toreros acostumbran a tener afición a las palomas y palidecen cuando a sus hijos les sangran las narices: lo comprendo perfectamente, porque en los días de asueto no me río nunca. Soy un hombre mortalmente serio y la gente me considera -quizás con razón- un pesimista.
Al principio de casados, mi mujer me decía a veces: "¡Ríete un poco!", pero con los años se ha ido dando cuenta de que no la puedo complacer en ese deseo. Me siento feliz cuando puedo distender los cansados músculos de mi rostro, o reposar con profunda seriedad mi agitado ánimo. Incluso me pone nervioso que se rían los demás, porque me recuerda excesivamente mi oficio. Llevamos, pues, una vida silenciosa y pacífica, porque mi mujer ha olvidado también la risa; de vez en cuando, descubro en ella una leve sonrisa y entonces sonrío yo también. Nos hablamos en voz queda, porque odio el ruido de los teatros de varietés, odio el ruido que puede recordar los locales de grabación. Los que no me conocen me creen reservado. Tal vez lo sea, porque tengo que abrir con demasiada frecuencia la boca para reír.
Vivo mi vida privada con rostro inmóvil, sólo de vez en cuando me permito una suave sonrisa y me pregunto a menudo si me he reído verdaderamente alguna vez. Creo que no. Mis hermanos cuentan que siempre fui un muchacho serio.
Puedo decir que me río de muchas maneras, pero desconozco mi propia risa.

lunes, 8 de febrero de 2010

UN POEMA DE VALENTE

LA SEÑAL

Porque hermoso es al fin
dejar latir el corazón con ritmo entero
hasta quebrar la máscara del odio.

Hermoso, sí, de pronto, sin saberlo,
dejarse ir, caer, ser arrastrado.

Tal vez la soledad, la larga espera,
no han sido más que fe en un solo acto
de libertad, de vida.

Porque hermoso es caer, tocar el fondo oscuro,
donde aún se debaten las imágenes
y combate el deseo con el torso desnudo
la sordidez de lo vivido.

Hermoso, sí.
Arriba rompe el día.
Aguardo sólo la señal del canto.
Ahora no sé, ahora sólo espero
saber más tarde lo que he sido.

Valente. “Entarda en materia”, edt. Cátedra.

sábado, 6 de febrero de 2010

ELLEN J. LANGER

El estado mental alerta no es sino el proceso de percatarse de las cosas nuevas. Consiste en ver las similitudes en las cosas que pensamos que son diferentes, y las diferencias en las que vemos parecidas.
De "La creatividad consciente. De como reinventarse mediante la práctica del arte" en Paidós.