sábado, 28 de marzo de 2009

MÁS SOBRE LA MIRADA ANALÓGICA

Rudolf Arnheim, en su ensayo “El pensamiento visual” (Paidós) nos habla de tres formas de percibir por la visión. Aquí vamos a hablar de dos, para ir al grano. La primera es la que percibe el objeto como invariable, independientemente del contexto, es decir, el contexto cambia (puede ser un edificio y el contexto el día, la noche, las estaciones, etc.) pero el objeto lo percibimos siempre igual, como invariable. La tercera forma de mirar es la que tiene en cuenta el contexto y aunque la esencia del objeto permanece, siempre se muestra cambiante debido al contexto (por ejemplo un paisaje a través de las estaciones). Esta última forma de mirar enlaza con lo que dice O. Paz de la analogía: preserva las diferencias en las semejanzas.
Transcribo los párrafos de Arnheim que hablan de esto:


En la percepción, el mejor ejemplo se da en la actitud estética. La apariencia cambiante de un paisaje o un edificio por la mañana, la tarde, bajo la luz eléctrica, durante las diferentes estaciones o en situaciones climáticas distintas ofrece dos ventajas. Presenta una extraordinaria riqueza visual y pone a prueba la naturaleza del objeto mediante su exposición a condiciones variables.

El esclarecimiento que se adquiere mediante tan variada exposición va más allá de la estética.

¿Qué distingue esta actitud de la descrita en primer término? De acuerdo con el primer enfoque, los efectos del medio ocultan la identidad del objeto en una alegre carrera de transformaciones; según el tercero, el objeto revela su identidad en una multitud de apariencias. El observador del tercer tipo advierte la permanencia del objeto, su identidad inviolada, pero su enfoque crea conceptos muy diferentes de los que considera la lógica tradicional. Un concepto del que todo se ha sustraído, salvo lo que se mantiene invariable, nos deja con una noción intacta de elevada generalidad. Un concepto semejante es sumamente útil, pues facilita la definición, la clasificación, el aprendizaje y la utilización del aprendizaje. Cada vez que uno se topa con el objeto, éste parece el mismo. Sin embargo, lo que no deja de ser irónico, esta actitud eminentemente práctica priva a la persona del apoyo de la experiencia tangible, pues el tamaño, la forma y el color “verdaderos” de lo que percibe nunca reciben el estricto apoyo de lo que sus ojos le muestran. Además, la rigidez de tal constancia puede volver ciego al observador para las revelaciones que le ofrece un contexto particular e impedirle reaccionar de modo adecuado ante la ocasión particular. Una forma muy común de comportamiento falto de inteligencia consiste precisamente en el uso errado de la constancia, esto es, la suposición de que lo que fue cierto antes, debe seguir siéndolo esta vez.

La clase de concepto que crea la tercera actitud es la que más se adecua al pensamiento productivo. Tal concepto no suprime las diferencias entre las varias especies sobre las que preside como género, sino que las mantiene presentes en una comprensión que todo lo abarca. Completamente aparte de la gozosa riqueza que tal concepción le otorga a la vida, asegura además al artista, como también al científico, un contacto continuo con las manifestaciones concretas de los fenómenos por los que ambos se interesan. Un percipiente y pensador cuyos conceptos se limiten a la clase prevista por la lógica tradicional, corre el riesgo de actuar en un mundo de construcciones paralizadas.
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El privilegio de observarlo todo en relación eleva la comprensión a más altos niveles de complejidad y validez pero, al mismo tiempo, expone al observador a una infinidad de conexiones posibles. Le impone la tarea de distinguir entre las relaciones pertinentes y las que no lo son, y de observar cuidadosamente los efectos recíprocos que las cosas tienen entre sí.

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